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Natalia Martínez Tagüeña, transdisciplina y ciencia para la sostenibilidad


Por Chessil Dohvehnain

San Luis Potosí, San Luis Potosí. 21 de agosto de 2018 (Agencia Informativa Conacyt).- Antropóloga especializada en arqueología por parte de la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP), la doctora Natalia Martínez Tagüeña es catedrática Conacyt dentro del Consorcio de Investigación, Innovación y Desarrollo de Zonas Áridas (CIIDZA), en donde participa en una iniciativa transdisciplinaria para el aprovechamiento sustentable de los recursos de las zonas áridas y semiáridas del país.

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Originaria de la Ciudad de México, Natalia Martínez Tagüeña pasó su juventud en Cuernavaca deseando ser arqueóloga (algo con lo que, según ella y en broma, Indiana Jones quizá tuvo algo que ver), manteniendo también un interés creciente por las diversas ciencias naturales y sociales.

Interés que impactó en su formación peculiar que la llevó desde los desiertos del norte del país, viviendo y aprendiendo con grupos indígenas como los comcaac (comúnmente conocidos como seris), hasta cruzar las fronteras científicas en los Estados Unidos para terminar trabajando en una iniciativa bastante innovadora. ¿Quién hubiera pensado que el conocimiento del mundo antiguo la llevaría hasta aquí?

“La arqueología tiene ese potencial de vincular distintas ciencias, donde es necesario saber de biología, de química, de geología, entre otras áreas. Te brinda una lectura de las ciencias de la vida pero ligada a la antropología. La arqueología me permitió esta multidisciplina”.

Un sueño antiguo en el desierto

En un primer momento, le ganó la curiosidad por estudiar las maneras en que las sociedades construimos ciudades, lo que la llevó a entrar a urbanismo en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Pero no pudo renunciar a su sueño, así que se embarcó definitivamente en el estudio del mundo antiguo.

“En la universidad conocí a mis profesores, el doctor John Carpenter y Guadalupe Sánchez, quienes me invitaron a su proyecto en el norte. Eso fue un parteaguas porque cuando conocí el desierto de Sonora, nunca más dejé las zonas áridas. Tuve mucha pasión por el desierto y la arqueología me gusta, pero siempre me ha gustado la idea de una arqueología que sirva en el presente”, comenta la investigadora de la División de Ciencias Ambientales del Instituto Potosino de Investigación Científica y Tecnológica (Ipicyt).

Durante su estancia en los proyectos arqueológicos en el norte de México, Natalia comenzó a practicar etnobotánica con el objetivo de estudiar los aprovechamientos que las comunidades locales rancheras, campesinas e indígenas hacen de los recursos naturales, con el fin de aportar conocimientos sobre las relaciones entre la naturaleza y las culturas que habitaron los grandes desiertos del norte en el mundo prehispánico.

“Pronto empecé a hablar con la gente y nunca tuve problemas. Pero sí tuve una experiencia en Sinaloa, en donde fui jefa de excavación, y pues todos mis trabajadores eran sinaloenses armados, y la verdad es que sí me respetaban y me cuidaban. No les gustaba barrer el cuadro de excavación arqueológico, y se hacían como que no escuchaban. Pero en todo lo demás, siempre tuve maneras de comunicarme con ellos”, afirma entre risas y con entusiasmo la también candidata al Sistema Nacional de Investigadores (SNI).

Para ella, la antropología es una herramienta que le ha permitido comprender que la diversidad cultural del mundo y del país implica que por cómo te ves o el género que tengas, las normas sociales y los tratos siempre tenderán a ser diferentes. Y aunque tuvo experiencias en donde ser mujer le permitió acceder a estudiar ciertos conocimientos y otros no, eso en ningún modo le representó un obstáculo para hacer ciencia en ningún lugar.

1-natmart2118-1.jpgSus vivencias también la llevaron a Guerrero y Chiapas, en México, y a Costa Rica para estudiar otras formas antiguas de aprovechamiento sobre recursos marinos por los humanos a través del tiempo, lo cual le permitió tener miras hacia el presente, estudiando cómo se adaptaron los pobladores antiguos a un cambio climático, o si se acabaron cierto recurso y por qué. Para Natalia Martínez esa experiencia, junto con el ejercicio de la etnobotánica, la llevaron poco a poco a inclinarse por aplicar lo aprendido en el presente.

Escuchar a los otros, valor y respeto hacia todos los sistemas de conocimiento

Durante el posgrado en la Universidad de Arizona, tuvo la oportunidad de trabajar con la comunidad indígena Comcaac en la costa de Sonora, gracias a la ayuda de su amigo Rodrigo Rentería, quien le compartió este mundo. Allí fue donde pudo experimentar una “arqueología viva” con un pueblo donde sus tradiciones antiguas tienen una poderosa fuerza vital que se resiste al olvido que nuestro mundo occidental industrial contemporáneo impone ante lo que considera obsoleto, inútil y poco provechoso económicamente.

“Lo mejor es aprender del desierto viéndolo desde sus ojos. Tuve la oportunidad de ir con las mujeres a recolectar almejas, plantas, raíces para procesarlas y elaborar cuerdas, etcétera. Fue una experiencia presencial y viva. A mis alumnos les digo que no pueden analizar un material o una práctica social sin tratar de hacerla. Vivencia experimental. Si quiero hablar de movilidad humana antigua, pues también una debía ir al monte a caminar, entonces fue similar a vivir como cazador-recolector”.

Durante su estancia, la documentación de nombres que los comcaac dan al paisaje, así como la documentación de cuentos e historias de su tradición oral asociados a lugares significativos por los ancianos, se sumó a ejercicios en los que también se escuchaba su propia interpretación de los vestigios arqueológicos, tanto de hombres como mujeres de distintas edades. Aunque quizá en ocasiones no tuvo la oportunidad de acceder a toda la información que hubiera deseado a causa de las normas culturales que tuvo que acatar por ser mujer, y que enriquecieron su perspectiva del entendimiento cultural de otros pueblos.

“Tienes que darte cuenta de tu posición como antropóloga, ya que tienes acceso a cierta información si eres hombre o mujer. Trabajé sobre cacería, pero al principio me costó porque tuve que convencer a mis amigos comcaac que me llevaran a cazar, por ejemplo, me decía 'nah, te vas a caer en el monte', y yo me tenía que ganar el respeto en ciertas actividades que quizá entre ellos no le corresponden a tu género, pero pues toma tiempo”, recuerda con entusiasmo ser una científica que nunca se ha sentido tratada diferente por ser mujer entre académicos.

Esto le permitió desarrollar una perspectiva que la llevó a considerar cada vez más en sus proyectos de trabajo la voz de las comunidades locales en sus propios términos, y en contra de la arrogancia institucional y académica que aún hoy es un defecto visible en algunos investigadores de distintas áreas, arqueólogos incluidos, que trabajan en territorios ajenos de los cuales extraen conocimiento y recurso que pocas veces se reditúan en algo benéfico para dichas comunidades.

De Arizona a San Luis Potosí: acción participativa y ciencia en comunidad

La oferta del programa de Cátedras Conacyt, después de haberse titulado como especialista en antropología ambiental, fue la causante de que Natalia llegara a San Luis Potosí para volverse una actriz principal en el proyecto que CIIDZA propuso sobre el aprovechamiento sostenible de zonas áridas. La recopilación de conocimiento local y la participación activa de las comunidades locales desde su experiencia fue un aporte valioso que llamó la atención del comité que la evaluó para integrarse al equipo de trabajo del cual hoy forma parte.

La iniciativa fomenta la elaboración de productos a partir de los recursos de dichas áreas con el objetivo de insertarlos en el mercado farmacéutico, cosmético, alimenticio, entre otros.

“Se busca que estos proyectos sean de abajo hacia arriba, o que surjan de los intereses de las comunidades locales y se les incluya dentro de todo el proceso del proyecto (…) La idea es investigar un recurso, por ejemplo, la pitaya o el garambullo, y estudiarlo desde todos estos flancos. Que el químico le haga el perfil y luego que entre el biotecnólogo para ver qué se puede hacer con eso, etcétera. Se trata que sea un proyecto multidisciplinario”. 

El trabajo colaborativo entre antropólogos, nutriólogos, entomólogos, ecólogos, especialistas en biología molecular, químicos de productos naturales y biotecnólogos, entre otros, busca el aprovechamiento de recursos junto con la participación de las comunidades locales para identificar los recursos que puedan ser utilizados para el beneficio de las comunidades mismas, y del mundo en general, desde la ciencia de la sostenibilidad.

1-cocoa2118.jpg“En México ha habido una tradición negativa hacia la bioprospección a causa de la biopiratería, por el apropiamiento del conocimiento etnobotánico o etnobiológico de la gente local, para beneficio de terceros sin que la comunidad reciba algún beneficio”.

El interés de México por sumarse a los acuerdos internacionales como el Convenio de la Biodiversidad y el Protocolo de Nagoya para el acceso a recursos genéticos para su aprovechamiento justo y equitativo, implica la instrumentalización de enfoques que tomen en cuenta los intereses de las comunidades, así como una restitución benéfica para aquellas que estén dispuestas a compartir sus recursos y conocimientos con el mundo.

Por supuesto, para la doctora Natalia estas nuevas estrategias no carecen de complejidad por diversos motivos, tanto en el desarrollo mismo del protocolo comunitario como por el impulso de estos recursos con valor agregado, ya que aunque han producido resultados de éxito y están de moda, el sector privado aún necesita ser convencido del potencial de productos que surjan desde iniciativas que impulsan la sostenibilidad del medio natural y su aprovechamiento, beneficiando a comunidades locales, agrarias, campesinas e indígenas de la mano con la comunidad científica y el sector industrial.

Sin embargo, la palabra clave para el buen comienzo de este proyecto ha sido la multidisciplina, algo que aprendió durante su estancia en Arizona. “Esa es la ventaja por la que yo fui a la Universidad de Arizona. Allá la gente está muy acostumbrada a trabajar con colegas de otras áreas del conocimiento. La propia estructura de los posgrados me permitió una movilidad interdisciplinaria. En México uno encuentra de todo, desde el que se encierra en su mundo hasta los que se aventuran a incursionar”.

Y fue así como también comprendió el valor de la noción de “investigación participativa” que desafía la tradición occidental de la manera de hacer ciencia, al menos en México. “A diferencia de cómo tradicionalmente solicitas un proyecto a Conacyt, por ejemplo, si vas a hacer una investigación participativa, para cuando vas a proponer el proyecto ya debiste antes de haber ido a las comunidades a preguntarles y haber formulado el proyecto con ellos. ¿Cómo meto un proyecto sin antes haber ido a la comunidad varios meses a que me conozcan para hacer el proyecto juntos?”.

La inversión económica personal y el tiempo que toma pueden ser elementos que puedan desanimar una investigación de este tipo, sobre todo si el investigador o estudiante está sometido a presiones de tiempo o bajo controles de producción de conocimiento poco flexibles que obedecen a una tradición de hacer ciencia que necesita ser reformada ante las nuevas realidades de generar conocimiento.

Ciencia de la sostenibilidad y antropología ambiental: el futuro que necesitamos ver

“La investigación participativa existe desde la década de 1970, pero aún hace falta la sistematización de las metodologías de investigación y su evaluación para hacer investigaciones multisectoriales que tomen en cuenta todos los diferentes sistemas de conocimiento y actores relevantes en el sistema en cuestión, como serían los pobladores locales rurales e indígenas, actores políticos, académicos y de otras profesiones, y miembros del gobierno, asociaciones civiles y sector privado, entre otros”.

Los métodos etnográficos, las metodologías de mapeos cognitivos, que trazan relaciones causales entre las conceptualizaciones de problemas específicos por parte de los actores sociales involucrados en un proyecto, y otros métodos participativos son estrategias novedosas que Natalia implementa para impulsar el desarrollo sostenible en las zonas áridas a nivel nacional e internacional. 

“Cada vez hay más propuestas. Falta mucha sistematización. Pero se reconoce cada vez más en foros internacionales que es importante entender todos los sistemas de conocimiento y cómo estos se tejen en un 'trabajo liminal' entre miembros de distintos sectores. Se busca realizar ciencia, pero una que sea útil para que todos los actores la puedan aprovechar. No es algo nuevo, pero está cobrando mucha fuerza”.

A pesar de que estas nuevas estrategias están cada vez más en boga en la comunidad científica, Natalia Martínez ha enfrentado el que a colegas (arqueólogos incluidos) les cueste aceptar que se toma en cuenta el conocimiento de comunidades locales en tales metodologías, quienes buscan la “validación” correspondiente o justificación de la inclusión de esos conocimientos en un trabajo académico profesional.

“Existe la creencia de que el conocimiento tradicional es estático o únicamente de relevancia local. Pero en realidad todo el tiempo la gente lo está actualizando, innovando y también se basa en experimentación”.

Un conocimiento local y tradicional que si bien puede resultar inútil para el mundo específico de un biólogo, por ejemplo, puede resultar de alto valor para los trabajos enmarcados dentro de la ciencia de la sostenibilidad. Una cuestión por la que la antropología ambiental se ha ganado su lugar dentro de las ciencias sociales.

1-natmart2118.jpg“La antropología ambiental estudia las relaciones entre el humano y la naturaleza a través del tiempo y el espacio para buscar mejorar políticas públicas, el manejo de recursos naturales y el salvaguardo de la naturaleza, siempre con el entendimiento de que el ambiente está permeado por las relaciones sociales, políticas e ideológicas, y viceversa”.

Es por ello que cuando tales “relaciones” son rastreables en el tiempo —punto para la arqueología—, Natalia comenta que es posible entender mejor la manera en que pobladores de una comunidad entienden sus recursos naturales y, por tanto, la razón de por qué toman ciertas decisiones para manejar estos recursos, que en contextos industriales o mercadológicos podrían carecer de todo sentido.

Las ciencias de la sostenibilidad también estudian las relaciones humano-naturaleza desde una perspectiva que busca el aprovechamiento sostenible de los recursos, y esta coincidencia entre la antropología ambiental y dichas ciencias ha permitido construir metodologías que rompan la idea de que la naturaleza existe para servirnos a los humanos, así como entender que nuestras concepciones de la naturaleza y de la “abundancia” y “escasez” son construcciones culturales que no necesariamente reflejan la realidad de todos los pueblos humanos.

A corto plazo, uno de los proyectos en que Natalia participa, liderado por la doctora Elisabeth Huber-Sannwald, del Ipicyt, se encuentra en una fase temprana en la que se está preguntando a las comunidades involucradas sobre sus intereses y las formas en que valoran y entienden sus recursos. Además, se está tejiendo el conocimiento local con el científico sobre la salud de los agostaderos y las obras de restauración de suelos en vinculación con miembros de gobierno y de una asociación civil, para en un futuro lograr mayor diálogo y participación de todos los actores sociales involucrados en dicho sistema socioecológico.

Además, la investigadora es miembro del comité técnico académico de la red temática Conacyt, Red Internacional para la Sostenibilidad de Zonas Áridas (RISZA), que es una red multisectorial que se encuentra conformada por instituciones académicas, organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, sociedades civiles, actores locales y actores políticos para fomentar la generación colectiva de conocimiento, sistemas de monitoreo y el aumento de las capacidades en la gestión de las zonas áridas a todos los niveles.

Para la doctora Natalia Martínez, proyectos transdisciplinarios que incluyen a la comunidad, con el impacto necesario en el presente que tanto desea la comunidad científica, surgirán de la mano de jóvenes investigadores que tomen el riesgo de salir de la zona de confort para hacer trabajo de campo, acercándose con humildad a otras formas de conocimiento que no son las propias, lo cual les abrirá los ojos a nuevos horizontes. 

“Pero también dejar de lado los egos y hacer más trabajo en equipo. A veces queremos hacerlo todo pero para este tipo de iniciativas tienen que estar dispuestos a ceder un poco de su área y abrirse a otros panoramas. Esto les permitirá seguir haciendo academia, claro, pero también les dará la oportunidad de incursionar en otros sectores en busca de trabajo, sin perder la esperanza en la búsqueda de empleo”, concluye con una entusiasta sonrisa.

arroba14010contacto 1 Dra. Natalia Martínez Tagüeña
Instituto Potosino de Investigación Científica y Tecnológica
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