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Ignacio Ramírez, una carrera científica cimentada en la tenacidad y los sueños


Por Armando Bonilla

Ciudad de México. 31 de octubre de 2018 (Agencia Informativa Conacyt).- Al cursar el nivel bachillerato, una materia estuvo a punto de truncar la carrera profesional del entonces joven Ignacio Ramírez Salado; no obstante, la mano de su padre ante una impulsiva decisión de adolescente marcó —sin que él se diera cuenta— sus acciones, y gracias a ello hoy en día es jefe del Laboratorio de Cronobiología y Sueño del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz.

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“En la preparatoria tuve muchos problemas para pasar una materia de física, lo intenté en el curso y lo intenté a través de exámenes extraordinarios, pero como no lograba acreditarla, me desanimé mucho y ya no quería saber nada de escuela (…) Durante dos años la dejé; recuerdo que en ese momento pensé: ‘Ya no quiero estudiar, me dedicaré a trabajar’”.

Ante esa decisión, el hoy doctor e investigador recuerda que su padre le dijo: ‘Si no quieres estudiar, desde mañana empiezas a trabajar’. Fue él, su padre, quien se encargó de conseguirle un trabajo en una imprenta, donde entró como ayudante general y se dedicaba a limpiar la maquinaria, pero también se le encomendaba todo tipo de tareas, mismas que iban desde cortar trapos para limpiar las máquinas hasta ir a la tienda por encargos de sus jefes.

“Siempre he tenido claro que todos los trabajos son dignos, pero en ese momento, el ritmo de exigencia al que fui sometido me hizo pensar que no quería pasar 20 o 30 años de mi vida así; regresé a la escuela y tiempo después me enteré que fue mi padre quien pidió que se me exigiera lo más posible en ese trabajo para que valorara la importancia de estudiar y convertirme en profesionista”.

1-ignacccio3118.jpgAl regresar a la escuela se enfrentó a dos retos iniciales, el primero fue acreditar la materia de física a como diera lugar, así que se preparó a conciencia, estudió arduamente y logró pasarla. Entretanto, el segundo reto que tuvo por delante fue solventar ahora él mismo los gastos de sus estudios, pues su padre le dijo que para regresar a la escuela tendría que cubrir sus propios gastos.

Una vez que acreditó con éxito el bachillerato, Ignacio Ramírez realizó su examen de admisión a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), fue aceptado y comenzó la licenciatura en psicología. A esa etapa de su vida arribó creyendo que se dedicaría a la psicología laboral y que trabajaría en el área de reclutamiento de alguna empresa importante.

No obstante, cuando comenzó con las clases de neuropsicología le resultaron cada vez más interesantes. A partir de ese momento comenzó a perfilar su formación al estudio del sistema nervioso central, donde se encontró con las diferentes aproximaciones de la psicología al estudio de los sueños.

“Fue apenas en tercer semestre cuando descubrí que quería convertirme en investigador en temas de neuropsicología y sueños. Recuerdo que incluso busqué laboratorios para tener más contacto con el quehacer científico y mientras lo hacía, algunos compañeros me cuestionaban qué estaba haciendo, me decían que apenas íbamos en tercer semestre y que aún quedaba tiempo por delante para hacer prácticas, servicio o involucrarse en un laboratorio”.

Fue así como llegó al Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM, donde un maestro lo involucró en un proyecto para analizar cuadros de depresión a través de un modelo animal —ratas—, a las que se les extirpaban las gónadas y los ovarios. Ese acercamiento reforzó la inquietud de convertirse en investigador.

Monos, gatos, ratas y sueño

Aun cuando ese fue su primer acercamiento con la investigación formal y el proyecto era muy interesante, no era un tema apasionante para Ignacio Ramírez, así que buscó opciones hasta que el maestro Horacio Lara, con quien tomaba clases, le mencionó que había un equipo de investigación en formación, a cargo de los doctores Carlos Guzmán Flores y Esther García Castells, quienes hacían investigación con primates.

“Yo me incorporé con ellos, quienes trabajaban en modelos de agresión. Durante esa etapa utilizábamos el alcohol como facilitador de esa conducta para determinar cómo modificaba el actuar de los primates, y lo que antes era juego se volvía violencia. Con ellos trabajé un año y medio y durante esa etapa buscaron la forma de enviarme a alguna estancia de investigación para entrenarme en las cirugías que se realizaban en los primates a nivel cerebral”.

Fue así como entró en contacto por primera vez con el doctor José María Calvo, fundador del Laboratorio de Cronobiología y Sueño del Instituto Nacional de Psiquiatría, quien comenzó a entrenarlo en esas cirugías y aun cuando la meta era regresar al laboratorio de los doctores Guzmán Flores y García Castells, decidió quedarse con el doctor José María porque le ofreció una plaza como investigador para incorporarse de manera formal a su laboratorio.

“Aun cuando no tenía dudas en que aceptaría la plaza, no fue fácil tomar la decisión porque me había comprometido a regresar a trabajar con primates; no obstante, se trataba de una oportunidad que no podía dejar pasar y más considerando que yo aún era estudiante, me encontraba en quinto semestre de la carrera y ya tenía la oportunidad de sumarme a un equipo de investigación”.

A partir de ese momento, el doctor Ignacio Ramírez desarrolló su principal línea de trabajo, la que hasta la fecha le ha significado importantes resultados, entre ellos que la privación voluntaria de sueño en pacientes con diabetes podría derivar en neurodegeneración en el largo plazo.

 

 

 

 

 

 


“A nivel personal, el ingreso al SNI es uno de mis mayores logros porque desde joven era uno de mis mayores sueños, convertirme en investigador y ser reconocido como parte de la comunidad científica nacional más importante.”
                                                              Ignacio Ramírez

El camino hacia esos resultados fue fincado a través de su participación en los proyectos que ya había activos en el laboratorio, los cuales le sirvieron para formarse hasta que realizó su proyecto de titulación de licenciatura, que giró en torno a la relación existente entre el sueño y la epilepsia en un modelo animal —gatos.

“El proyecto estaba a cargo del doctor Calvo porque en ese momento yo no estaba acreditado ni lo suficientemente formado para dirigir un proyecto formal; no obstante, en la práctica sí lo fue, pues se trataba de mi investigación para obtener la licenciatura”.

Ese trabajo le valió también resultados importantes porque comprobó la capacidad de inhibir la epilepsia a partir de exacerbar los potenciales ponto-genículo-occipitales, responsables de los fenómenos visuales y de los movimientos de los ojos durante la fase de sueño de movimientos oculares rápidos (MOR). Justo en ese incipiente punto de su carrera, se enfrentó a un hecho que marcaría su actividad profesional.

Inesperadamente, el doctor José María Calvo, quien le abrió las puertas de su laboratorio y le dio su primera oportunidad laboral, falleció y a la par de la pérdida afectiva que ello significó, puso en duda la continuidad del laboratorio que se encontraba, al igual que su carrera, en una etapa de consolidación.

Sin embargo, el doctor José María Calvo dejó al joven Ramírez Salado un último legado, pues pasado el mal trago de su fallecimiento, lo que parecía un escenario incierto se convirtió en una gran oportunidad cuando los responsables del quehacer científico en el Instituto Nacional de Psiquiatría le ofrecieron dirigir el Laboratorio de Cronobiología y Sueño.

“Un mes después del fallecimiento del doctor Calvo fui citado por el director del instituto y el director de Investigaciones en Neurociencias, quienes me informan que estaba ante la oportunidad de demostrar que podía quedarme a cargo del laboratorio. En ese momento, aunque ya trabajaba como investigador, pensé que la licenciatura no era suficiente, así que busqué un doctorado y al mismo tiempo esquemas para motivar y promover mayores grados académicos para el resto de mis compañeros”.

No obstante, como parte de ese proceso tuvo que sobreponerse al rechazo en dos ocasiones para realizar su doctorado y fue hasta el tercer intento que fue aceptado en un programa de posgrado en la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa (UAM-I).

Ya con el grado de doctor y al frente del laboratorio, ha trabajado en la consolidación de un grupo de expertos en el área de los sueños y su relación con diversos trastornos mentales que van desde el Alzheimer y la depresión hasta otro tipo de enfermedades como la diabetes.

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