Los Voladores de Tamaletom, relaciones míticas entre el cielo y la tierra
Boletín de prensa
5245/2017
Ciudad de México. 3 de mayo de 2017 (Agencia Informativa Conacyt).- El son que emana de una flauta de carrizo y de un pequeño tambor acompañan el camino de los cuatro voladores y el capitán que están por subir a un mástil de 15 metros de altura para representar la Danza del Gavilán (Bixom T’iiw), un ritual teenek de origen milenario para la comunidad de Tamaletom, municipio de Tancanhuitz, en el estado de San Luis Potosí.
Enclavada entre la riqueza y belleza natural de la Huasteca Potosina, la población indígena teenek —que algunos sugieren que su significado es “los que viven en el campo con su idioma y sangre, y comparten la idea”— está convencida de la importancia de preservar esta ceremonia heredada de generación en generación.
Al pie del palo se ha erigido una ofrenda y alrededor de este, las mujeres danzan en círculo con pasos cortos y rítmicos. De ahí parten los voladores ataviados de pantalón y camisa de manta blanca, de dos cintas en verde y amarillo que cruzan su pecho y portando en la cabeza un gorro de forma cónica adornado con plumas rojas; suben uno a uno al “palo volantín” para danzar a los dioses y pedir por la fertilidad de la tierra.
El capitán (k’ohal) viste de rojo y ocupa su lugar en la punta del madero, proveniente de un árbol que ellos mismos buscaron en el bosque y que han traído al Centro Ceremonial Maam Ts’itsin Inik. En las alturas comienza el ritual: invoca a las deidades haciendo sonar un silbato que imita la voz de las aves; bebe aguardiente y saluda hacia el este, de donde sale el sol; hace una reverencia al norte, voltea al oeste y hace lo mismo hacia el sur. En la minúscula cúspide en la que se posa, baila haciendo reverencia a los cuatro rumbos cósmicos.
Desde ahí los voladores se preparan para echarse al vuelo manteniéndose boca abajo y con los brazos extendidos para representar a las aves en vuelo, pues en las manos llevan unas plumas, teniendo como único soporte una cuerda enrollada a la cintura. En un acto simultáneo se sueltan de la estructura que los detiene, la gravedad ejerce su fuerza, y mientras giran y bajan de las alturas, el viento se hace sentir en cada poro de su cuerpo. La música que sigue sonando al pie del palo los conecta con este místico culto que reafirma su identidad ancestral. El capitán baja deslizándose a lo largo de la cuerda de uno de los voladores.
ALG/SP/FV/5245/2017